Y sola ya la noche.
Y sola la sangre.
Y sola la mirada.
Y solo el silencio.
Y sola la frente.
Y sola la ilusión.
Y sola, hasta la voz cansada y hueca del capataz, que después de pasear en triunfo una y otra vez a la Madre de Dios por las calles de Sevilla, se encuentra inesperadamente apagada y sola ante su bendita Soledad.
